El principal desafío que tenemos todos los ciudadanos pertenecientes a los estados latinoamericanos es la búsqueda de una identidad. En eso radica el problema. Nuestro comportamiento, después de la colonia, ha sido influenciado por el pensamiento europeo y nos consideramos un miembro activo de occidente. Sin embargo, tales modelos han sido malinterpretados y mal utilizados por los abanderados de nuestra ‘independencia’.
El arrebato de pasión y de furia que tuvieron los primeros próceres se han convertido en un desbaratado evento histórico al que solo recurrimos cuando necesitamos culpar nuestra situación actual de pobreza y miseria social; nos detenemos en las argucias y en los engaños a los que fueron sometidos los nobles ideales de antaño, pero no tenemos el coraje suficiente para asumir las consecuencias inmediatas de nuestra contemporaneidad. El primer paso ya está dado, y es desligarnos de nosotros mismos, como individuos razonables, para recibir con los brazos abiertos las soluciones extranjeras de problemas foráneos. Podemos decir que en todas partes del mundo existe la criminalidad, que se puede combatir con el propósito de erradicarla, pero las estrategias posibles para utilizar difieren en sus contextos. Lo mismo pasa con el cambio de pensamiento que se debe imponer en todos los habitantes del continente más joven del mundo. La base de dicho cambio, encuentra sus raíces en la educación; es la base para que la comunidad logre reconocer a sus miembros y les otorgue, además de derechos, deberes colectivos; sin embargo, la formación de los nuevos individuos está dirigida al sostenimiento del sistema, en el que todos somos proyectados como engranajes: pero no somos considerados como piezas fundamentales, en las que si una detiene la marcha se genera un colapso en el funcionamiento, no, el ritmo desenfrenado le permite al sistema reemplazar aquellos que intenten rebelarse. La sociedad latinoamericana se está convirtiendo en una fábrica de repuestos y nuestro continente, en la central de abastecimiento mundial.
Ahora bien, lograr el rescate de una identidad que nos determine como individuos y como colectividad, es necesario primero preguntarse en qué momento de la historia la perdimos si fue que la tuvimos clara en algún momento de la vida, o en qué momento dejamos de construirla si fue que decidimos iniciar un proceso después de la independencia. Si echamos un vistazo a los primeros habitantes de nuestro territorio, enseguida podemos reconocer un distanciamiento. Dicho fenómeno está enmarcado en tres aspectos fundamentales: la individualidad, la colectividad, el entorno. En primera instancia, nuestros contemporáneos no logran reconocerse como sujetos del ser y el hacer sino del querer y el tener, por lo tanto, la imagen del individuo se ve desfigurada por la adquisición de un ambiente virtual de plenitud, donde el valor de medida es establecido por la noción de cantidad no de calidad. Lo anterior repercute directamente en su colectividad inmediata, afectando el tejido social. Hablamos entonces de ‘la sociedad’ y no de un ‘somos sociedad’, nos excluimos de nuestros semejantes reclamando un espacio reducido al que mal llamamos autonomía. Dicho espacio de soledad no tiene el mismo propósito reflexivo que se puede inferir en las épocas de antaño, no, el principal producto del aislamiento es la depresión, porque no somos capaces de reconocernos como especies simbióticas.
Esta es la principal razón por la que en la colectividad latinoamericana otorga una identidad a sus miembros, una vez estos se encuentren en el extranjero, lejos de su territorio, es decir, el vínculo que establecemos está limitado por la sensación de lejanía, no de pertenencia; si ocurriera de forma contraria, la conciencia colectiva tendría clara la protección y preservación de todos los recursos naturales que nos son propiciados. Pero no ocurre así. Influenciados por el mercantilismo, tenemos la falsa idea de que somos los proveedores del planeta y que podemos manipular a nuestro la porción que nos correspondió.
Otro de los factores por los cuales el modelo social latinoamericano dista mucho de una reciprocidad definitiva entre sus individuos yace en la desigualdad de género. La mujer ha sido convertida en un símbolo de sumisión y posesión. Ambos conceptos cosifican la imagen femenina, desfigurando por completo la esencia de su ser. Este es el primer paso para una discriminación basada en el referente mercantilista de la no-producción no-utilidad; las poblaciones desfavorecidas están integradas por madres cabeza de familia, niños, ancianos que tienen un acceso restringido a las oportunidades laborales. La excusa es que no tienen el mismo rendimiento de una mano de obra selecta, pero aún así, son utilizados como herramientas de segunda lo que amplía la brecha de la desigualdad y repercute en la formación de grupos minoritarios dirigidos por un impulso violento que los poderosos han infundido desde sus dominios. Los medios de comunicación son el filtro para que ambas partes, ricos y pobres, entren en contacto mas no en un diálogo directo.
Latinoamérica se ha convertido entonces en la confluencia de las disparidades políticas, económicas y culturales que la sociedad contemporánea ya diera por superada en los países del primer mundo. Aún así es difícil creer que el modelo occidental ha sido el único de dar a cada quien lo que merece.
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