
El panorama educativo de Latinoamérica desde los años de la colonia se ha encontrado asociado con el analfabetismo . La llegada de los colonos significó, además de los ultrajes correspondientes, el aprendizaje de una nueva lengua, su representación y una nueva forma de percibir la vida. La enseñanza de la misma permitió la transmisión de un contenido ideológico consignado entre grafemas y gotas de sangre; desafortunadamente, la transculturación se vio limitada al mestizaje y la devastación de los recursos naturales, tan bien aprovechados por los primeros habitantes de las selvas de nuestro continente.
Acto seguido, el dominio y poderío fue representado en la fragmentación de una sociedad mixta cuyos integrantes, a pesar de una marcada segregación, poco sabían de la nueva noción de identidad que se iba forjando en el imaginario de la nueva sociedad. Sin embargo, este concepto se encuentra permeado por diversas interpretaciones de carácter político, económico y que solo a través del lenguaje es posible comunicar la transición que vivimos desde la conquista. El poder está rodeado de un halo de temor infundido entrambas partes puesto que aquellos que son sometidos bajo los caprichos o disposiciones de quienes le poseen viven bajo la política del terror y el rencor; los segundos temen la rebelión que perjudique su dimensión material. Tenemos claras evidencias que una rebelión de corte intelectual, fecunda pero sin cosecha, ha tomado lugar en el recinto académico pero más allá del nuevo orden propuesto contra el adoctrinamiento progresivo, el idealismo adquiere una bella impronta en el papel.
Evitar que rebase los límites de dicho espacio sin perder la calidad estética es el filtro propuesto para el sistema educativo.
Colombia es una nación con muchas ambivalencias, paradojas y contradicciones: los índices de violencia en el núcleo familiar, el desempleo, el conflicto armado interno, la corrupción, por ejemplo, son yuxtapuestos con el meritorio segundo puesto entre los países más felices del mundo. La base de toda cultura está en su educación y la labor de la formación de individuos aptos para la sociedad del mañana ha sido conferida a los moradores de espacios físicos con etiquetas de ‘institución educativa’. Esta desproporción entre la realidad y la bella impronta en el papel se debe a la configuración de un sistema educativo basado en la fragmentación.
En una primera instancia definimos al individuo como un ser apto, propicio y propenso a educarse y ser educado; la experiencia es su principal herramienta para interactuar con su entorno y es el lenguaje aquel que le permite representar y reflexionar sobre cada una de las actividades que le vinculan al aparato social.
Sobre estos dos conceptos se ha basado la enseñanza de la lectura y la escritura en nuestro país; sin embargo, las consecuencias han sido nefastas debido a los métodos empleados.
Las grafías adquieren relevancia una vez se les confiere un significado; la apropiación de significados es considerado por la teoría de transferencia de información como el primer paso para llegar a la interpretación, es decir, solo a partir del conocimiento de sujetos aislados es posible llegar a entender la interacción entre los mismos. Tal como se propugna en el estado neoliberal: dotar de individualidad indivisible a cada sujeto de derechos para ser acogido en el seno de una estructura superior más allá de su inteligibilidad. Este supuesto se ve reflejado en la influencia que ha ejercido una política conservadora en el asunto pedagógico en las tierras del nuevo mundo.
Ileana Díaz Rivera, de la Universidad de Puerto Rico, identifica que la enseñanza de la lectura y la escritura vienen ceñidas al uso de las artes del lenguaje con el propósito de formar a la persona para que comunique sus pensamientos, de dotarla de competencias para trazar su identidad como enunciador y enunciatario bajo el precepto de la simultaneidad de ambos procesos. Realizando un juicio comparativo, Díaz Rivera logró recopilar evidencias de que tanto en Estados Unidos como en las naciones tercermundistas la enseñanza de la lectura se realizaba bajo la presunción que el lector es un sujeto pasivo, un mero receptor, seguido del abordaje de los textos dispuestos en un orden jerárquico divisible y secuencial. Tal fragmentación se daba a partir de la clasificación en las siguientes categorías: letras/sonidos, palabras, significados, sentido. Tal como lo mencionábamos en el párrafo anterior, dicho método de características ortológicas toma a la lectura como un proceso de dominio de habilidades anulando la posibilidad de establecer un filtro entre el lector y el texto: el pensamiento crítico.
De acuerdo con las investigaciones desarrolladas en la Universidad Javeriana, a cargo de las doctoras María Isabel Ruiz y María del Pilar Mora, en el sistema educativo colombiano de mitad del siglo XX se presentaban diversos fenómenos de tipo ortológico con una reconocida tradición hasta nuestros días limitadas al cumplimiento de la norma. A partir de la legislación colombiana la figura del maestro estaba catalogada como la representación de la autoridad y la idoneidad moral; el alumno debía ser educado en el saber e instruido en el comportamiento; los textos educativos eran considerados como instrumentos que permitiesen la uniformidad de la enseñanza oficial y eran la guía que el docente debía de tomar para evitar errores en su labor. Lo anterior nos permite identificar que la tradición en nuestro sistema educativo colombiano se encuentra bajo disposiciones similares a las de la culinaria, es decir, la enseñanza bajo un compendio de instrucciones prescriptivas hasta llegar a una eficiente receta que posibilite la misma.
La lectura y la escritura han sido sometidas a la enseñanza silábica, fragmentaria, a pesar que el niño no necesita encontrarse con un libro para descubrir la lengua escrita . La problemática social parte de la apatía hacía la exploración autónoma de textos que permitan formar el pensamiento crítico, la noción de identidad, un entendimiento global de las partes regido por un método transaccional que valore al estudiante como sujeto activo y la lectura como experiencia enriquecedora donde su proceso, junto al de la escritura tenga en cuenta la interacción entre el texto, las estructuras cognitivas del lector y la situación comunicativa.
El sistema educativo colombiano ha privilegiado la tradición de conservadora de la enseñanza de la lectura, al punto de mantener como referente de una buena instrucción textos como ‘La alegría de leer’, donde prima la estética de la pronunciación sin abordar la pertinencia de su contenido para formar a individuos para la sociedad del mañana. Tal vez, dicha proyección nos ha impedido ver y solucionar la reconceptualización curricular a la que debe someterse la educación en nuestro país. Una contradicción más para el prontuario: esperamos el cambio con las manos abiertas antes que cerrar los puños, palpar lo que se anida en las falanges, inhalar el presente y exhalar el futuro.
BIBLIOGRAFÍA
• AGUILERA, Eliana. Lectoescritura y Constructivismo. Artículo digital. Buscar: Eliana Aguilera Cohorte III 2009.
• DÍAZ RIVERA, Ileana. La enseñanza de la lectoescritura. www.edulect.org, 2000.
• RUÍZ, María Isabel., MORA, María del Pilar. Una aproximación a las prácticas de enseñanza de lectura y escritura en una escuela colombiana en 1940. Revista Magis, Volumen 2, Número 3. Universidad Javeriana. Bogotá, 2009.
Taller de Didáctica de la Lengua Materna I
Docente:
Wilson Gómez Moreno
Grupo: B1
Integrantes:
Karenth Duverly Figueroa
Fabián Alberto Prada Naranjo
Yesenia Sanguino Rodríguez
Víctor Andrés Zaraza Méndez
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