Dentro de los parámetros de comportamiento social, es muy común escuchar que la única certeza que tiene el hombre durante su existencia es el paso al otro lado de la vida, donde su ausencia es la principal característica. Afrontar este nuevo paso en el camino se convierte en una difícil catarsis para sus allegados e incluso para el directamente implicado con su deceso. Tal vez por la inconformidad con la partida en no haber alcanzado a hacer todo aquello que alguna vez se propuso; tal vez porque el olvido será la medicina para dejarle atrás; tal vez porque nuestra condición natural resalta lo efímero de nuestra existencia. Rosa Montero maneja la figura de la muerte desde dos ángulos no tan opuestos, gracias a la mirada femenina que dota de sentido sus palabras.
En la novela, su perspectiva desde el oficio como escritora le permite ‘disparar palabras si cesar contra la muerte’ (Montero, 13), su rival directo para afrontar la realidad. Sin embargo, esta muerte es de dos tipos. La primera es identificada como aquella única que ha vagado por la tierra desde tiempos remotos, y la segunda es el aplacamiento de la voz interna, del motor que impulsa al escritor a plasmar su obra. Ambas son iguales de nocivas, pero la segunda significa renunciar a su condición mental, remunerando su condición material con la condena de convertirse en un hacedor. En este caso, la muerte florece desde el interior. Es el ánimo de control sobre aquello que le amenaza. La coincidencia con ‘El puñal en la garganta’ yace en la necesidad que tiene la protagonista para hacer daño al objeto de su pasión: Diego. Después que parten juntos, la convivencia se va haciendo tormentosa gracias a la disyunción que se presenta en sus intereses; la actitud posesiva de la mujer le lleva a envenenarle lentamente, y al mismo tiempo, el viraje que toman sus sentimientos refleja su menester de escape. Prácticamente opta por un suicidio lento intentando controlar la situación de peligro en la que se ve envuelta.
En ambos escritos la presencia de la figura masculina está determinada por el azar.
El prototipo está definido por el atractivo físico, en primera instancia; el fuero interno del personaje se va desarrollando con el transcurso de la historia: despojándose de las máscaras, descubriéndose en sus versiones. Curiosamente, la autora presenta en la novela tres posibles comportamientos del individuo y al mismo tiempo, las tres posibles reacciones y medidas que la mujer tomaría. En el cuento, las facetas de la figura masculina son dos, divididas en tres momentos de la historia, en los que van adquiriendo una tonalidad más oscura, rodeada del silencio, rodeada del misterio del silencio; cabe destacar que ambas facetas son seductoras para la protagonista a pesar del dolor o la pasión que representen. El carácter posesivo de la mujer sobre el hombre se manifiesta en la pasión con la que ella decide ligar su existencia a la del individuo. Es un padecimiento que perfora la memoria y que se degusta con el cuerpo.
Otro de los mapas que mentales que atormentan a las protagonistas es el de la configuración de un destino. En el cuento, el desasosiego comienza cuando logra identificarse con otra pareja que hace mucho tiempo quedó en el olvido de un recorte de periódico, y que le brinda las pistas suficientes para conocer de antemano el resultado final de su relación con Diego. En la novela, la narradora reconoce que las construcciones mentales de algunos autores parecieran predeterminadas, autosuficientes: ‘A veces tengo la sensación de que el autor es una especie de médium’ (Montero 10).
La oposición éxito/fracaso es presentada en una lógica netamente empírica, relacionada con la oposición bueno/malo. Partiendo del precepto ‘cuando una mujer desea algo lo consigue’ (Montero, 76), ambas protagonistas logran perfilar la materialización de sus intereses. La diferencia radica en la presentación que tienen los dos personajes. En la novela, ella no es una mujer hacedora, y para demostrarlo, compara su forma de ser con la de su hermana Martina; es la coherencia de su lógica interna la que le permite establecer una noción definida del fracaso. En el cuento, ella necesita de la experiencia sensorial para identificar el triunfo que tiene sobre su objeto de deseo. Esta oposición también es presentada dependiendo de sus ocupaciones, siendo más profunda la reflexión que hace la protagonista sobre su historia en la novela, dando especial relevancia al desempeño que tienen sus colegas. La mujer de Diego se presenta aislada de su entorno, únicamente teme de sus congéneres por la actitud que pueda tomar su hombre cuando descubra su temor más profundo: dejar de ser deseada. La mirada externa y subjetiva es aquella que emite juicios de valor sobre sus vidas. Irrelevante, por cierto.
La existencia en otras vidas es otro de los elementos que comparten ambas mujeres. En aquella que desempeña el oficio de escritora la necesidad de una trascendencia a través de la producción escrita está dotada de una complejidad tal, que la autora entra en el juego de vivir y morir cada vez que una vida se plasma entre las líneas: ‘toda una vida y tú te vives dentro de esas existencias’ (Montero, 8). La reminiscencia de una vida pasada es en la que se mueve la mujer de ‘El Puñal en la Garganta’; este hecho está directamente relacionado con la noción de destino, presentada anteriormente. Existe también un interrogante que vincula a las dos protagonistas, y es el del sentido que puedan llegar a tener sus acciones, las consecuencias son claras, pero la causalidad es cuestionada más allá de su mera presencia.
Ambas historias son contadas en una forma retrospectiva, lo que le permite a las narradoras hacer algunos arcos que aumenten el suspenso y la expectativa. Cabe resaltar que la expectativa en el cuento adquiere una fuerza mayor cuando se llega al desenlace, inconcluso. La novela tiene logra sostener su armazón gracias a la calidad del trabajo de la autora, y la narración de las tres versiones de su amorío con M. se convierten en un atractivo a posteriori, ya que pueden tomarse como situaciones de ejemplificación de la capacidad que tiene un escritor para alterar la realidad, el orden, el cauce natural de las cosas.
La caracterización del personaje femenino en la narración en primera persona le otorga cierto atractivo para el lector. Los procesos de intertextualidad están ceñidos al carácter misterioso que tiene la figura de la mujer en el momento histórico que atraviesan ambas historias, ya que comparten una referencia a la España franquista. Es preciso entonces acercarse a ambos textos con una mentalidad abierta que le permita descubrir su alto contenido ideológico, en especial, la fuerza de la denuncia en sus páginas. La vehemencia en sus palabras.
La anterior especulación surge de:
• MONTERO, Rosa. La loca de la casa. Madrid: Santillana, 2003.
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