
Muchas personas dicen, o al menos les he oído decir, que la felicidad se escurre como agua entre los dedos; que no puede capturarse en un puño; que deja la vaga sensación de su presencia cuando una leve humedad empaña las palmas.
Pareciera también que el mundo contemporáneo se hubiese encargado de vendernos la idea de una felicidad plenamente pasajera en la ingenuidad del hedonismo. Al fin y al cabo, el tema de la felicidad se puede abordar como sustantivo parcial, como adjetivo totalizador o como noción integradora de estados contrarios y opuestos a la tristeza.
Vamos por partes...
Como sustantivo, la felicidad puede ser asociada a la figura de la liebre. Todo el mundo quiere cazarla, consumirla y exhibirla como trofeo en la sala comedor, para que los invitados sonrían y asientan al decir que su anfitrión es 'feliz'. Pero no puede ser compartida, la liebre, sin esperar que su carne se encoja al entrar en contacto con el fuego (manifestación de vida realmente efímera y realizada) y que su sabor se deshaga con facilidad en la memoria, en el recuerdo de aquello que no suele ser cotidiano.
La liebre, en el campo o en el plato, es escurridiza en su belleza, es escurridiza en su desenfrenado ritmo de escape. Incluso, hasta la persecuciòn puede considerarse provechosamente buena de acuerdo con su duración. Nos valemos de artificios comunicacionales para expresarl al mundo nuestra 'su' pertenencia con el evento idealizado de alcanzar la felicidad. Y no está mal.
Algunas veces, o en este preciso momento, creo que somos la fábula verídica de la carrera de la tortuga: en nuestro trasegar por la vida, la liebre recorre el circuito en varias ocasiones, pasando a nuestro lado, proporcionalmente a las veces que completa el recorrido, y nunca le damos captura. Solo nos deja una estela de su aroma y se marcha con sus orejotas, perdiéndose en el horizonte.
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Como adjetivo, la promiscuidad de su utilización deja en tela de juicio la esencia otorgada por el arquitecto supremo de la creación. Y no es el de la matriz. Nosotros, los ciudadanos, somos capaces de cedulizar con facilidad cualquier atributo como un respingo de la felicidad. Y continuamos con el pensamiento de que es pasajera y por eso es mejor aprovechar antes que nos deje de nuevo. Por eso es que se hace un ejercicio relativo el de ir puerta a puerta preguntando por ella: no nos dan respuesta concreta de su paradero y aún así nos atrevemos a inquirir sobre su secreto? Humanos. Somos Humanos.
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Finalmente, una vez vemos que su estado material pasa a ser una mera perspectiva personal (bastante objetiva, por cierto) que se evapora lentamente, decididmos condensarla en lo inabarcable según la sabiduría popular: la Felicidad es, entonces, un todo. O sea: es un todo pero no todo, ya que todo está formado por totalidaes indivisibles, mínimas y reducidas, pero inacabadas, volátiles inaprehensibles.
Y aquí comienza el silogismo. Decimos:
La felicidad lo es todo. Nada lo es todo, porque en la nada estaba todo. Si la felicidad no es nada es por es algo, y ese algo lo tiene todo para que no deje serlo. Por lo tanto, cada individuo que no tenga nada o tenga algo, lo tiene todo y Tú lo tienes todo y en la austeridad de mis dìas en mis manos está la felicidad cada vez que tus manos toman las mías y tus dedos se entrelazan con los míos y cada vez que nos despedimos, amada mía, dejas sediento este corazón, dejas satisfecha tu mirada, dejas la humedad que falta en las arenas de mi playa dormida, la humedad de la espuma salina que acaricia la cosa de mis labios cada vez que beso los tuyos...
Esa es la verdadera FELICIDAD.
No insistan, por favor, en afirmar que es escurridiza.
Porque no lo es.
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