Comenzar a leer fue uno de los procesos más íntimos con mi papá. La verdad, nuestra relación ha pasado por varios altibajos y la experiencia de aprender a acceder a los libros es uno de los mejores recuerdos de mi infancia.
Recuerdo que nos reuníamos en el garaje de la casa de mi nonita, bajo la bombilla amarilla, y rodeados por los chécheres y el cansancio del final de la jornada laboral, mi papá tomaba las aventuras del ratón (que no es Mickey, lo aseguro!) y paso a paso, me enseñó la pronunciación, recuerdo que este era uno de sus mayores énfasis, pero eso no significó que dejara en un segundo plano lo del sentido y el contenido y todo lo que explican en la U cuando estudias esta carrera.
Recuerdo que entré a primer grado en abril-mayo, con 5 años y a punto de los 6 en el calendario, y para mi sorpresa, no solo era uno de los que más hablaba en el salón, uno de los que más juicioso estaba, era, con Javier, los únicos que mejor leíamos.
Por lo menos le ahorramos una canita a la profesora Ana Belén.
Gracias Papá, porque entre abrazos y sonrisas me enseñaste una pasión que al poco tiempo remplacé por la televisión.
Pero hoy he vuelto a mis pasos, los mismos que tomados de tu mano aprendí a dar por el mundo de las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario