Es de apellido Montero y sus ojos son
saltones como los de un sapo cantor. Es cantautor y vende sus discos compactos
de música cristiana en los buses de la ciudad bonita. Su apariencia me recuerda
la de los cantantes vallenatos a principios de la década de los noventa. Me
bajo del bus para interrumpir su jornada laboral con el propósito de conseguir
un personaje sobre el que pueda escribir una crónica. Se sonríe incrédulo y
contradice su expresión con un fuerte ‘Claro mijo, soy su servidor’. Ahí me
entra el gusanillo de la conciencia diciendo que debo invitarle una bebida para
su potente garganta que a esta hora, tres de la tarde, debe haber recorrido la
ciudad de cabo a rabo unas siete veces sin contar el traslado que tuvo que
hacer hasta su casa para recoger más de su producto de venta son sus
composiciones cristianas, o bueno, con un mensaje de reflexión acerca de las
maravillas y bondades que tiene para todos nosotros el Señor Nuestro Dios.
- Yo empecé cantando en una que otra fiesta
en los cumpleaños de mis familiares y después, estando yo de ocho añitos,
escribí mi primer canción. Era para mi mamá, dándole las gracias por su vida
como mamá para la mía – me dice mientras bebe de su limonada, muerde su
empanada y se da tiempo para proseguir con su historia.
Toda su vida tiene la etiqueta del
agradecimiento. Es un individuo bastante agradecido. Cuando eligió el camino de
servicio al Señor, llevando su música a su prójimo en el medio de transporte
urbano, sabía que iba a ser complicado pero nada desalentador saber que jamás
se va a su cama con el estómago vacío y que tampoco empieza sus jornadas sin
ver el pan en la mesa. También habla del gran sentido humanitario que tienen
los conductores por dejar trabajar a tanta gente de escasos recursos, con
necesidades y responsabilidades. La respuesta de la sociedad en muchas
ocasiones es la indiferencia para con el prójimo y parte de su mensaje está
dirigido a tumbar esa barrera.
Devora su empanada con calma, pedimos la
ñapa de limonada y con la mirada puesta en la ruta de bus que se acerca, me da
las gracias, que Dios lo bendiga, y el chofer accede a su petición, pero eso
sí: el pastor Montero paga su pasaje con las monedas que recibe a parte de la
venta de su material discográfico. Las monedas que sentí no debía darle después
de compartir las cena vespertina: creí haberle ofendido con trescientos pesos
que no significan nada cuando una voz le dice a otra voz cuéntame tu historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario