abril 17, 2012

Crónica - Oficios Extraños - Pastor de Bus Urbano


Es de apellido Montero y sus ojos son saltones como los de un sapo cantor. Es cantautor y vende sus discos compactos de música cristiana en los buses de la ciudad bonita. Su apariencia me recuerda la de los cantantes vallenatos a principios de la década de los noventa. Me bajo del bus para interrumpir su jornada laboral con el propósito de conseguir un personaje sobre el que pueda escribir una crónica. Se sonríe incrédulo y contradice su expresión con un fuerte ‘Claro mijo, soy su servidor’. Ahí me entra el gusanillo de la conciencia diciendo que debo invitarle una bebida para su potente garganta que a esta hora, tres de la tarde, debe haber recorrido la ciudad de cabo a rabo unas siete veces sin contar el traslado que tuvo que hacer hasta su casa para recoger más de su producto de venta son sus composiciones cristianas, o bueno, con un mensaje de reflexión acerca de las maravillas y bondades que tiene para todos nosotros el Señor Nuestro Dios.

- Yo empecé cantando en una que otra fiesta en los cumpleaños de mis familiares y después, estando yo de ocho añitos, escribí mi primer canción. Era para mi mamá, dándole las gracias por su vida como mamá para la mía – me dice mientras bebe de su limonada, muerde su empanada y se da tiempo para proseguir con su historia.

Toda su vida tiene la etiqueta del agradecimiento. Es un individuo bastante agradecido. Cuando eligió el camino de servicio al Señor, llevando su música a su prójimo en el medio de transporte urbano, sabía que iba a ser complicado pero nada desalentador saber que jamás se va a su cama con el estómago vacío y que tampoco empieza sus jornadas sin ver el pan en la mesa. También habla del gran sentido humanitario que tienen los conductores por dejar trabajar a tanta gente de escasos recursos, con necesidades y responsabilidades. La respuesta de la sociedad en muchas ocasiones es la indiferencia para con el prójimo y parte de su mensaje está dirigido a tumbar esa barrera.
Devora su empanada con calma, pedimos la ñapa de limonada y con la mirada puesta en la ruta de bus que se acerca, me da las gracias, que Dios lo bendiga, y el chofer accede a su petición, pero eso sí: el pastor Montero paga su pasaje con las monedas que recibe a parte de la venta de su material discográfico. Las monedas que sentí no debía darle después de compartir las cena vespertina: creí haberle ofendido con trescientos pesos que no significan nada cuando una voz le dice a otra voz cuéntame tu historia.

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