noviembre 29, 2010

Matricidio




El inmenso vacío de la habitación era el confidente del revolver sin balas. El tambor giraba con un deseo de ser cargado. La mano estaba ansiosa por sentir el frío de cada uno de los proyectiles que volarían con un distante placer de estallar. Bastin. Él sólo cumplía con las peticiones del cliente.
El cliente siempre tiene la razón.
Lugar, hora, fecha y foto. Sin nombres. La mitad del pago en el bote de basura.
El callejón oscuro y desolado.

La mujer vestía su cuerpo con la seda de matrimonio. Sus ojos cautivadores y sus labios un deseo. Figura perfecta: tez blanca, voz morena. Se miraba constantemente en el espejo, por temor a perder el reflejo de su belleza.
Sus pasos se cruzaron con los de un hombre financiero, y sus manos se emocionaron con el anillo de compromiso. Lugar: capilla de Santa Lucía.

Mala costumbre tienen los asesinos de estos tiempos, la de vestir como gente normal. Atrás quedó la elegancia, la apariencia, la verdadera imagen. Desaliñados porque creen que su nombre lo será todo. Otros, con sueños de estrella televisiva, piensan que cuando su rostro sea publicado en los medios, su carrera tomará vuelo.
Bastin, piensa que cuando la bala toque el corazón y este deje de latir, la constante reprimenda de la conciencia llegará a su fin.
Sólo por un momento.

Las amigas se regocijan con la alegría de la futura infeliz; le desean los mejores augurios y las mejores intenciones para que no desfallezca en la lucha por el amor. Ella toma los consejos pero luego los desecha: ninguno tiene sentido. Ninguna amiga ha sido argollada.

En cambio si escucha a su corazón: late preso de la ansiedad. Esos son los corazones más detestables para las balas. Ellas los prefieren pasivos porque así no habrá desperdicio de sangre; ellas los prefieren pasivos porque no opondrán resistencia.

Un chasquido las recibe en las seis cámaras del tambor. Revolver en el costado de la siniestra. Zapatos brillantes. Mirada inconclusa. Belleza radiante y futura esposa. Un taxi. Una caravana. El sol marca las cuatro. Los galanes y las indecisas forman el camino de honor para la prometida. Paciente espera en el altar, el hombre, ataviado para besar a la parca.

El taxi se estaciona a dos esquinas de la capilla. Plan de escape: incineración del vehículo, previa muerte del conductor, posterior abandono del cadáver. Estrangulación. Ningún proyectil destinado para el inocente.

La música marital invade la capilla; los corazones de los presentes se unen en un solo latido: los pasos de la novia.

El corazón de Bastin late preso de la ansiedad.

Ceremonia de iniciación, lectura de salmos, aplausos y si alguien se opone que hable ahora o calle para siempre. Catalina oye que su nombre lo pronuncia una vos trémula y dominante. Los rostros se convierten en un solo ojo y atónitos miran al nuevo invitado. Revolver brillante. Una sola voz… un solo grito… seis proyectiles y un solo corazón sin latidos.

El sacerdote se santigua cómo lo indica el rito. Las sedas blancas se tornan del color del ocaso. ¿Por qué ella?
Plan de escapatoria, taxista pie en el acelerador y sudor frío en la frente; el cañón tiene la cálida sonrisa de la muerte. El corazón del asesino, detestable para las balas.
La ambulancia llega al lugar. No hay matrimonio sin novia. No hay cementerio sin tumbas. Y la conciencia deja su represión.

Esta noche hay que descansar.

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