mayo 08, 2009

Un vistazo trágico II


Esquilo. “Los siete contra Tebas”. En: Las siete tragedias. México D.F. Editorial Porrúa, 2003.

Similar a sus hermanas trágicas, Los siete contra Tebas, impregna cada línea con la voz desgarradora del cruel destino. El desarrollo de la historia toma lugar en las murallas de la ciudad gobernada por Eteocles, cuando siete importantes generales, provenientes de Argos, se disponen a arrasar con su imagen y estructura; sin embargo, el gobernante tebano canta con fuerza su confianza y la confianza que tiene depositada en sus hombres para contener el asedio. El coro, por el contrario adopta una postura indignante y temerosa, pues conoce la maldición arrojada por Edipo sobre sus dos hijos (Eteocles y Policines) y los ayes de la tristeza son su fiel retrato. Eteocles, guerrero incansable, lucha contra su propio hermano, al que le da muerte y cumple con su destino. Aun así, la ciudad es salvada, pero el duelo por los fallecidos continúa cuando sus hermanas, Antígona e Ismene, recogen los cuerpos y les dan sepultura.

La historia maneja una secuencia muy acorde a la estructura de la tragedia griega: se advierte la amenaza, se combate la amenaza, se sufre el destino. Lo que la hace particular es la aparición de pocos personajes para un entramado complejo; la batalla jamás toma lugar en escena; las murallas están lejanas a los pies de su gobernante, pero la voz del mensajero llena de vitalidad el suceso desgarrador. La narración brindada por el personaje persuade fácilmente al auditorio. En sus líneas está la responsabilidad de dotar de claridad y lo cumple a cabalidad: la descripción de los generales, los emblemas que llevan en sus escudos, las promesas de muerte que dicen. Todo confluye en este fiel servidor.

La voz de Eteocles se hace victoriosa a medida que el mensajero prosigue en el relato. Está tan convencido, que desestima toda posibilidad de perecer cuando combata a su hermano. La voz del coro, lleno de mujeres tebanas, advierte y pone en duda la esperanza, cumpliendo con un propósito noble: el de dibujar la desolación que poblará la ciudad-estado.

En la obra, podemos encontrar un uso constante de la simbología. El número de generales que ataca la ciudad (7) es constantemente vinculado con la perfección, haciendo que las comparaciones salten a la vista fácilmente: en el bushido, las virtudes que un guerrero debe tener hacen alusión a un camino de rectitud; sin embargo, cada general representa una antítesis de: la compasión, la cortesía, el honor, la sinceridad absoluta, el valor heroico, la justicia, y la lealtad. Además, cada emblema referencia la personalidad y el linaje de cada hombre. Eteocles llama, para combatirlos, a hombres sabios que tienen el espíritu para la guerra.

Las deidades del Partenón griego conservan, en esta obra, una referencia al deber de cumplir; no son culpables de las acciones de los hombres, se encargan de dictaminar los merecimientos de cada uno y así, el coro atribuye a Ares la tragedia vivida por los hermanos. La figura de un hombre minúsculo ante las consecuencias de sus actos también toma lugar en la obra; resalto las palabras del mensajero: “Tales son nuestros goces y miserias: la ciudad, vencedora, y nuestros príncipes, los dos caudillos, con el hierro escita forjado a martillazos, se han partido todo su patrimonio. Y no más tierra tendrán que la que ocupen en la tumba, anegados, en tétrico destino, según las maldiciones de su padre”.

Con esta tragedia, Esquilo hace un buen uso de la palabra como elemento fundamental de construcción; cada personaje canta más allá de lo que los sentidos conciben, describen sus desgracias y alegrías como si fueran las únicas posesiones que un hombre de carne y sangre puede tener.

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