mayo 08, 2009

Un vistazo trágico IV


Sófocles. “Edipo en Colono”. En: Las siete tragedias. México D.F. Editorial Porrúa, 2007.


“Cuando nada soy es cuando soy hombre?” Esta línea dicha por Edipo marca la transición entre el hombre que fue desechado por los dioses, y el hombre que necesitan los humanos. En esta obra, el protagonista camina con dificultad por la oscura senda de la vida, ayudado por su fiel hija Antígona; el peso de los años desgarra su voz, pero su fortaleza de espíritu se mantiene sólida. Ese mismo espíritu que en algún momento se quebró y se sacó los ojos. Ese mismo espíritu que dejará para la memoria de los demás, el peso de nuestras acciones. Edipo es el personaje que muere en vida, pero se redime durante ese tránsito. Eso es lo que tal vez Sófocles quiso plasmar en esta obra: se conmovió tanto con su personaje que buscó la manera de ponerlo en el pedestal que los dioses le destruyeron. El inicio de la obra está marcada con el ingreso del ciego, en compañía de su hija, en los bosques de las Euménides; desconociendo que es un territorio santo, Edipo busca la forma de llamar al gobernante, pues tiene para él una fórmula de mantener segura e intacta la ciudad, de sus enemigos o ejércitos invasores. Al parecer, esta promesa despierta la inquietud, ya que un hombre maldecido no tiene otro legado que la maldición que pesa en su nombre. Sin embargo, dos ancianos se acercan al lugar e interrogan a Edipo acerca de su estadía en aquel territorio. En el transcurso de la conversación se desprecia la condición del ciego. Antígona intercede para que su padre sea escuchado, y el corifeo accede a las peticiones del otrora rey de Tebas. Entonces hace su arribo la escena su segunda hija, Ismene, la cual pone al tanto de la situación de discordia entre sus hermanos y la guerra que está a punto de desatarse en territorio tebano. Edipo, convencido del oráculo que le reveló Febo, deja entrever que todo lo que está ocurriendo hace parte del plan: un destino trazado desde el día de su nacimiento. Ante esto, Ismene se dispone para preparar la tumba de su padre, pues el cielo la augura con el rugir de los truenos, y parte al lugar señalado por el mismo Edipo. Después arriva al lugar Teseo, el rey de Atenas y se muestra presto a las palabras del ciego, el cual le habla acerca de la manera de cómo mantener a salvo su ciudad de cualquier acecho del enemigo: su propio cuerpo. Se lo ofrece como regalo y le indica que pasos debe seguir cuando este muera. Teseo lo acepta y parte. Después llega al lugar Creonte, el causante de muchos de los males de Edipo y toma por rapto a las dos hijas del ciego, y éste, viejo, cansado, con la voz llena de lamentos, implora la presencia del rey para que haga justicia y recupere las dos mujeres. Así sucede.

El rey entonces informa al viejo que un conciudadano suyo desea verle. Aquel es uno de sus hijos, Polinices, el cual habla acerca de su destierro y su decisión de retomar el trono tebano, así implique la muerte de su hermano Eteocles. Edipo hace referencia de la maldición que hizo caer sobre los dos hermanos, cuando fue desterrado y lo deja partir para la batalla. Respecto a este suceso, el viejo dice: “[…] sucederá que los hijos míos obtendrán de mí, tanta tierra cuanta necesiten para caer en ella muertos.” Finalmente, la hora de la muerte para el malaventurado ciego llega. Y su muerte es tan significativa que, al parecer, las escaleras que conducen hacia el hades, las desciende en carne y alma.

En esta obra, la figura de Edipo alcanza el estatus que ningún otro hombre pueda alcanzar, y ese cambio en su condición se da con el tiempo. Personaje encargado de dar muerte a todo aquello que no toca a los dioses. El coro hace referencia a este proceso de vivir en un parlamento bastante completo cuando Teseo logra rescatar a las hijas del anciano invidente. Es claro que Sófocles logra rescatar la desgraciada imagen de Edipo y deja para la posteridad un concepto más halagador de este personaje, pues lo convierte en elemento único de redención.

El hombre se redime así mismo en su condición de hombre; son las acciones aquellas que le dibujan finito o le preparan un lugar en la inmortalidad. Esta posibilidad abierta para dejar huella en la historia de un mundo marchito, se concibe gracias al tiempo, y no importa si los dioses, en sus jardines de oropel, no sufren ninguna consecuencia de la desgracia, porque los hombres hacen en su largo camino lo necesario para encontrar un peldaño para ascender la escalera de papel, que la historia escribe de cada uno de ellos.


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