
JASPERS, Karl. Esencia y formas de lo trágico. Buenos Aires: Editorial Sur, S.R.L., 1960
Dentro de su contenido filosófico, este libro maneja una verosimilitud entre la tragedia y la existencia del hombre. Dividido en cinco capítulos, esta obra busca realizar un bosquejo de lo que es la vida y lo que a ella concierne: las acciones. En el primer capítulo, comienza un merodeo alrededor de la duda; la búsqueda de la verdad es una tarea que gracias al lenguaje, se ha logrado transmitir a generaciones posteriores. Los medios utilizados para explicar su existencia (la del hombre) son la religión, que funciona como un motor que brinda sentido a vivir; el arte, que desentraña la trascendencia a través de expresiones pláticas; y la poesía, que vincula al lenguaje como principal herramienta para reconocer la creación del mundo y la representación que nosotros le damos. Las tres confluyen en la pureza; una virtud que libere el cuerpo y el pensamiento del hombre, y así evitar caer en el nihilismo, ya que la desesperación es una de las salidas al caos que rodea la existencia humana.
El segundo capítulo se enfoca en el concepto de la redención. Pero esa redención no es presentada como una realidad inalcanzable, por el contrario, es presentada como un camino que ha recorrido los años en el papel de los grandes trágicos de la historia, con el único objetivo de encontrar las respuestas de la perfección. La ambivalencia es entonces uno de esos karmas que el hombre debe superar, pues “Ninguna situación estable puede prevalecer dado que ninguna le satisface”. Para llegar a esa superación, el hombre emprende una búsqueda en sus acciones, que son puestas en escena y mitifican el existir. Cabe resaltar que el hombre, como ser inacabado, siempre tendrá los interrogantes de su origen; por eso la presencia de una deidad facilita, en cierta forma, la comprensión de su destino. Entonces, ese trazado, vincula al alma en un proceso de compasión, desesperación y serenidad: una catarsis. Compasión cuando ve a sus semejantes como el reflejo de sus acciones. Desesperación porque, tanto él como sus semejantes, tienen un destino del que jamás podrán escapar. Y serenidad pues la aceptación se convierte en el reconocimiento de su condición humana. Ese saber trágico no le condena. Le engrandece, pues así sorteará hábilmente las dificultades del porvenir, sin dejarlo exento del fracaso.
El tercer capítulo nos enfoca a la poesía y su influencia en la tragedia humana. Primero habla de la importancia de una atmósfera trágica que hace del hombre un ser capaz de vivir; esa atmósfera centra la atención en los temores que excitan al hombre a actuar. Sin embargo, el objetivo va dirigido a las emociones y sensaciones que puedan despertar un estado de culpabilidad; aquello que parece derrotar se convierte entonces en un aliento para purgar la existencia. Esa culpa se dibuja en el ser y el hacer, la primera hace referencia al destino que se nos ha marcado, y la segunda describe las acciones que cumplen nuestro destino trazado. Pero ese hombre que sucumbe no permanece inmóvil o resignado, se dedica a comprender la veracidad de los hechos y toma partido. Como ejemplo, el autor somete a comparación a los personajes de Edipo y Hamlet. Menciona el contraste entre la dicha que les rodea a ambos antes de caer en desgracia, y también yuxtapone la respuesta de cada uno al fracaso: Edipo muere en vida, mientras que Hamlet ha preparado su existencia para morir. La pequeñez del hombre, entonces, no puede igualarse a sus debilidades, jamás tendrá el esplendor de sus victorias, pero siempre estará ligada a esa condición de trascendía que le espera en la otra orilla.
En el cuarto capítulo se abordan tres conceptos importantes de la condición trágica: la redención, liberación y transformación.
La redención es mencionada como “un acontecer objetivo, el cual llega al conocimiento del hombre por obra de la revelación, de suerte que a partir de entonces puede conocer el recto camino en general y encontrarse en él”. Entonces es necesario establecer un lazo de afectividad entre el espectador y el personaje, ya que el segundo debe conducir al primero por este camino. La catarsis mencionada anteriormente, establece un estado de conocimiento absoluto del origen de la tragedia: sucumbe y sabe el porqué. Aún así, queda incompleto este concepto puesto que da la sensación de que nuestra condición humana está destina a sufrir. Allí entra el concepto de liberación, mencionado como “la superación de lo trágico mediante el saber en torno a un ser, frente al cual lo trágico ha devenido, o bien el fundamento ya reconciliado o bien el primer plano visible”. Entonces, la liberación actúa como fundamento de una vida esclarecida. La Transformación permite que el pueblo educado por la obra trágica reconozca su condición y así conviertan su vida en otra mirada de la existencia.
El último capítulo revela una serie de interpretaciones del funcionamiento trágico, dentro de las cuales se resalta el destino como principio de todo suceso; sin embargo, la mitología y la naturaleza de la existencia concentran los esfuerzos de la trascendencia del hombre en un punto llamado: la acción. Gracias a ella, la definición de vivir se hace más llevadera.
El autor deja una semilla muy bien plantada con esta obra; lleva al lector al punto de interrogarse sobre los demás, sobre él mismo y sobre lo que vendrá escrito en las páginas futuras de un libro llamado vida.
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